Archive for the ‘Viajes’ Category

Banda sonora para el volante

«Vaya bien que cantas» me dijo un concejal el otro día. «¿De qué hablará?» Pensé yo, que más que cantar, berro como una cabra. Resulta que yo había estado conduciendo un largo rato detrás del coche de dicho concejal y como siempre que voy sola… iba cantando. Y él, viendo lo bien que me lo pasaba decidió elogiarme.

Me explico. Quienes me conocen (bien) saben que hay dos cosas que hago y que son parte de mi encanto. Una de ellas es andar por la casa mientras lavo los dientes. Sí, soy así de rara. La otra es cantar a pleno pulmón cuando voy conduciendo.

Esta es una manía un poco más común, pero la verdad es que me gusta hacerlo. Casi nunca pongo CDs en la radio de mi adorado C3 porque me aburro. Me gusta cambiar de sintonía y encontrarme con canciones de las que ya no me acordaba (aunque es más frecuente que me tope con alguna que pasó hace menos de 5 minutos) o con alguna que me gusta mucho. Tengo mucha facilidad para memorizar las letras de las canciones que me gustan así que no daré ni una nota pero no me pongo a cantar si no me sé la canción de pe a pa… ¡qué demonios! Y cuando no la sé me la invento. ¡¡Con un par!!

Cantar cuando voy en coche me ayuda a no hacerles caso a todos los delincuentes viales que más que conducir, estorban.  La música me permite pensar que es más importante centrarme en la letra de la canción que en que hay un tío que lleva cinco kilómetros en el carril de la izquierda. Las letras me ayudan a recordar que la carretera no tiene por qué ser un sitio en el que todos liberamos nuestras frustraciones, la conocida Road Rage.

Me mola ver cómo, dependiendo de la canción que esté pasando en la radio uno puede ir más rápido o más despacio. El metal es sin lugar a dudas la mejor música si tienes prisa. Las músicas ochenteras en plan Holding out for a hero o algunas de Abba te hacen pasar un buen rato. Pero sin lugar a duda, el rock es el mejor para conducir: Meatloaf, Metallica, Aerosmith, The Eagles … Te relajan, pero no te distraen. Te recuerdan cosas que te han pasado pero no te dejan apartar los ojos de la carretera. Y luego está ese gran clásico de las road songs: Life is a Highway, de Tom Cochrane. No será una gran música, ¿pero a que nos hace pensar en conducir sin destino?

Pero es inevitable, no puedo dejar de pensar que si más gente escuchase música en el coche en vez de a Jimenez Losantos, habría menos accidentes de tráfico.

Deutschland, Deutschland über alles*

P6170163He cambiado las convocatorias a última hora, las ruedas de prensa improvisadas y las llamadas en los descansos por la programación al milímetro, perfección en cada gesto, prudencia hasta más no poder… Las vacaciones, ese bien codiciado y escaso, ya están aquí.

Uno de mis criterios es no repetir destino vacacional y sin embargo (por qué será que siempre me viene a la mente Sabina cuando escribo esto?) he vuelto a Alemania por tercera vez. Me tiene conquistada, no queda otra que admitirlo. Me encanta la comida, la rectitud de su gente, la planificación hasta la extenuación. Ellos aquí no están de vacaciones, ni desmadran como en Mallorca y otros destinos que seguro nos vienen a la mente, aunque supongo que habrá de todo. Estoy tranquila, “me gusta que los planes siempre salgan bien” que dirían otros.

Estoy en una pequeña gran ciudad llamada Magdeburg visitando a una gran (y muy alta) amiga que escogió Oviedo como destino Erasmus el semestre pasado. Esta ciudad, apenas a dos horas de mi amada Berlín, está bañada por el Elba, vio nacer a Otto von Guericke (físico alemán) y también fue el primer hogar de Otto von Bismarck (la cosa va de Ottos). No muy grande, es fácil de transitar y en las calles se percibe la primavera, el verano y una condensación extrema de olores que a mi, pese a llevar sólo dos días, ya me sobra. Es tan cargante que marea.

Hoy he vuelto a la Universidad (de Otto von Guericke, por supuesto) después de casi cuatro años. Pensamos que sería divertido mimetizarse con el resto de alumnos y la profesora, muy prudente ella, no dijo nada a pesar que a la media hora yo ya estaba deambulando por internet. Después de esa clase todavía me atreví con otra más, ya en inglés, para acompañar a mi amiga que tenía una presentación. Lo que me lleva a pensar que en vacaciones siempre hacemos cosas que generalmente ni consideramos, para que no parezca quizá que no aprovechamos el tiempo. Aquí, sería impensable.

Como una no deja de ser periodista ni durmiendo, también he perseguido la noticia. Al salir del aula nos encontramos con una manifestación y después de poco indagar un estudiante me explicó que fue una jornada de huelga en todas las universidades del país por una reforma del sistema educativo que, sin duda (para ellos), perjudica a los que pronto serán licenciados. Llegarían menos preparados a sus trabajos, se enterarían menos… La manifestación también pretendía criticar las reformas que se van a llevar a cabo en los programas dirigidos a estudiantes con hijos (que les dejan sin recursos prácticamente) y a pesar de pacífica, ha sido ruidosa, al igual que probablemente en el resto del país. Ahí estaban un montón de periodistas y fotógrafos locales dispuestos a retratar lo que estaba sucediendo.

Yo, por si acaso, saqué mi foto y aquí lo cuento. Por dar la noticia que no quede. Todavía no he conseguido desconectar, pero ya me han dado unas pautas para hacerlo. Saben lo que hacen, son alemanes!!!

*A pesar de que esta estrofa del himno alemán está relacionada con los afanes imperialistas, expansionistas y nazis de un montón de piraos (razón por la que ya no se canta), yo sólo me refiero a mis vacaciones.

Bajar los brazos

Reconozco que poca gente me tomó en serio cuando dije que iba a Ibiza a un seminario (encuentro con periodistas) sobre depresión. Varios días después de volver, me doy cuenta (en realidad ya allí) de lo alarmante de los datos y de lo poco que se conoce la enfermedad. Menos mal que ni el hotel de cinco estrellas, ni la bañera de hidromasaje ni el paradisíaco clima ibicenco nublaron mi capacidad periodística. Sea la que sea.

Estábamos invitados por el grupo Lundbeck (con sede en Copenhague y central española en Barcelona) que, básicamente, nos explicó que la mitad de la gente que tiene depresión ahora mismo volverá a recaer aunque se recupere. En España una de cada seis personas sufre depresión. Eso que lo sepa, que lo haya admitido y que lo tenga diagnosticado por el médico. Del encuentro también sacamos en claro que la recaída será del 70-80% en caso de tratarse de un tercer episodio y que todas las personas que han sufrido más de tres episodios tienen ya un 90% de posibilidades de recaer. Vamos, depresivos crónicos.

Sólo el 10% de los pacientes recibe el tratamiento adecuado y las mujeres son las más afectadas por lo que se conoce depresión mayor (un 14% frentre a un 6 con algo%). Los hombres, por lo general (no lo digo yo, lo dicen los datos) recurren a la ingesta de sustancias más agresivas porque, también por lo general, tienen tendencia a pensar que es cosa de mujeres, es una enfermedad que no es una enfermedad («de los débiles» decía alguien que yo conozco) y sobre todo, de mujeres otra vez.

Más cosas: la carga económica en España asciende a 5.000 millones de euros anuales. De esa cantidad, sólo el 9% corresponden al tratamiento con fármacos. Alucinante. Y luego, las cifras de siempre: que el 60% de los pacientes no toma los medicamentos como se los prescibrió el médico, que  cuando mejora interrumpe el tratamiento y que, en la mayoría de los casos, es algo que se oculta. Nadie quiere tener que pasar por el mal trago de decir «tengo depresión» o «voy al psiquiatra». Los expertos del seminario siempre lo comparaban con una diabetes o un problema de corazón, diciendo que la enfermedad puede llegar a ser igual de crónica que la primera y tan grave como el segundo.

Además se trató muy de puntillas el tema del suicidio, consecuencia última de muchos pacientes que la padecen. Y, para alucinar, cada 4,9 días se suicida alguien en Baleares (datos de allí, que para eso estábamos allí, dijo el experto) siendo el ahorcamiento el método más elegido a la hora de poner fin a un sufrimiento.

Yo no sé mucho de la depresión. Conozco algunas personas que han sido diagnosticadas con casos crónicos y/o episodios, y seguro que hay más que la padecen sin que yo lo sepa. Sin embargo, me ha tocado de cerca. Cuando era más pequeña, y no llegaba a entender que alguien pudiese pasarse todo el día en la cama llorando. Ahora lo entiendo: lo que no podía hacer esa persona era levantarse y afrontar lo que el día tenía que ponerle por delante.

Esta semana he recordado por qué es una enfermedad injusta y por qué la mayoría de la gente cree que sólo eres un débil cuando no puedes superar según qué situaciones. En ese momento no tienes fuerzas para contestarle a nadie: bajas los brazos, te callas y te recompones si es que puedes. Lo importante es intentarlo. Mejor dicho, saber por dónde empezar. ¡Qué complicado!

Aventuras y desventuras de una redactora en Lisboa

PARTE I. LA NOTICIA DEL VIAJE.

Hace aproximadamente dos semanas, el teléfono de mi mesa sonó, como suele hacerlo alrededor de 20 veces cada mañana. Lo cogí con desgana, como de costumbre, esperando que al otro lado, la responsable de prensa de la discográfica A o la de la editorial B, me vendiera una presentación de un nuevo disco o libro de vete tú a saber quién y que probablemente sería un tostón. Pero, quiso la casualidad, o el destino (ese que dicen que cada uno se construye con pequeñas decisiones tomadas a diario), que en esta ocasión la cosa no fuera así.

— Hola, te llamamos de Truc Comunicación, de Madrid, ¿te gustaría ir a Lisboa a ver el nuevo espectáculo del Circo del Sol?

Hubiera sido bastante imbécil si hubiera respondido que no. De manera que, sin demostrar (apenas) que me volvía loca por ir, intentando que en mi voz no se notara la emoción que me embargaba en aquel momento, respondí:

— Sí, bueno, pero antes tengo que consultarlo con mi jefe. Llámame dentro de una hora.

Rauda y veloz acudí a pedirles, por favor, a mis superiores que me dejaran ir. (Por favor, dejadme ir. Porfa, porfa, porfa, porfa…) Al contrario de lo que pueda parecer, conseguí que mi petición no sonora a súplica en absoluto, aunque por dentro pareciera una niña encaprichada con algún juguete que patalea hasta conseguir que sus padres le compren el ansiado tesoro.

Pasó una hora, pasó una hora y cinco minutos, y diez, y quince… Cuando recogía mis cosas para salir de la redacción e irme a comer a mi casa, el teléfono sonó de nuevo.

— Hola, soy Lorena, de Truc, ¿has hablado ya con tus jefes?
— Sí, sí. Vamos a Lisboa.
— Muy bien. ¿Eres tú la que va a venir?
— Sí, claro, por supuesto.

No iba a ser tan tonta de rechazar una oferta así, más aún cuando, después de tres años trabajando en el periódico, el viaje más largo y apasionante que había hecho había sido ir a la Laboral, en Gijón, y subir a la torre para comprobar que, efectivamente, era más alta de lo que en un principio se pensaba (subí sin cinta métrica, pero es que tengo muy buen ojo).

Los días previos al viaje fueron días de mucho nerviosismo. Nunca había visto ningún espectáculo del Circo del Sol y todo el mundo hablaba tantas maravillas de ellos que el deseo de viajar acrecentaba según se iba acercando la fecha. Fecha que parecía que nunca llegaría, pero que finalmente llegó.

Cuando me quise dar cuenta, estaba en mi casa, haciendo la maleta a toda prisa, porque, fiel a mi manera de ser, lo había dejado todo para el último día. ¿Se me olvidaría algo?

6.00 a.m. Suena el despertador. Maleta y portátil en mano llego al aeropuerto de Asturias. Ranón, de toda la vida. Comienza mi aventura.